Las palabras hirientes no son el único problema que tenemos con nuestro lenguaje. A veces terminamos vencidos por las presiones diarias que nos llevan a expresiones de las cuales nos arrepentimos muy rápidamente. Esto empeora cuando estamos en contacto a modelos negativos en la forma de hablar.
Muchas personas por el ambiente donde desarrollan sus actividades diarias, enfrentan una exposición al lenguaje degradante y corrupto, pues tienen que escuchar muchas veces las acaloradas palabras de su jefe, el lenguaje obsceno y sensual de la televisión, o la conversación casual con nuestros vecinos.
Las palabras erróneas pueden terminar destruyendo alguna de estas áreas:
1- La relación con Dios.
2- La relación con las personas que amamos.
3- Con nosotros mismos.
Las palabras en nuestra boca se transforman muchas veces en “dinamita”. Para transformar esta condición es necesario el poder sobrenatural de Dios en nuestra vida, de lo contrario, viviremos lamentando haber herido aún a personas que todavía hoy siguen preguntándose: ¿qué fue lo que ocurrió?
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